Globalización

Los países en vías de desarrollo de Centroamérica, América del Sur, África y Asia exportaban materias primas y cultivos comerciales (para su venta al otro lado del océano), y compraban bienes manufacturados. La gente de esos países cubría sus necesidades diarias mediante una agricultura de subsistencia y la manufactura a pequeña escala. Poco a poco, su población se hizo cada vez más dependiente de la economía global, porque las manufacturas locales no podían competir con los baratos productos industriales exportados por las naciones desarrolladas (de Europa occidental, Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Japón). Para reducir su dependencia, numerosos países en vías de desarrollo intentaron fortalecer sus economías creando industrias, obras hidráulicas y carreteras entre los años sesenta y setenta. Algunos impusieron altas tarifas aduaneras y otras barreras comerciales con el fin de proteger a su industria de la competencia de las manufacturas importadas. Sin embargo, los gobiernos, con frecuencia, efectuaron unas inadecuadas elecciones financieras; los proyectos de infraestructura hidráulica y para el tráfico rodado, a menudo, excedieron las necesidades locales; los intereses de los dirigentes políticos prevalecieron, en ocasiones, sobre los del país en cuestiones industriales; y la protección comercial degeneró en la producción de bienes de peor calidad. Como consecuencia, estos productos no podían competir en el mercado mundial con los de los países industrializados, de mayor calidad. Así, numerosos países en vías de desarrollo tenían ingresos reducidos con los que pagar los créditos pedidos para sufragar su expansión.

Un número reducido de países tuvo éxito en su camino hacia la industrialización durante el siglo XX. Los más notables fueron Corea del Sur, Taiwan, Singapur y Hong Kong (RAE). Al igual que Japón en el siglo XIX, establecieron tasas aduaneras y otras barreras para proteger los productos locales de la competencia foránea e invirtieron en desarrollo industrial. Como Japón, se centraron en la venta exterior de sus productos para crear riqueza en sus países. A finales del siglo XX, algunos expertos consideraron a esas economías más bien como desarrolladas que en vías de desarrollo, aunque Corea del Sur ha sufrido un fuerte revés por la crisis financiera de 1997. Siguiendo pautas similares, China ha avanzado rápidamente gracias a un fuerte crecimiento de la exportación de sus manufacturas industriales a finales del siglo XX.

Mientras tanto, las multinacionales del mundo desarrollado se asentaban en ciertos países en vías de desarrollo, donde la mano de obra era barata, en especial en el Sureste asiático, Centroamérica y América del Sur. Estas plantas generaban pocos beneficios a largo plazo para las economías locales. Los beneficios salían del país hacia los accionistas multinacionales. Además, los países en vías de desarrollo se vieron forzados a participar en una 'subasta a la baja' para atraer al capital multinacional inversor. Si un país en vías de desarrollo o su población exigían mayores salarios, mejoras en las condiciones de trabajo o en la protección ambiental, las multinacionales a menudo trasladaban la producción a otro país con menores costes.

A finales del siglo XX, numerosos países en vías de desarrollo, en especial en África, todavía carecían de un sector industrial fuerte. Estas naciones continuaban con la exportación de cultivos comerciales y materias primas, cuyos ingresos les permitían importar los bienes manufacturados y servicios de los que carecían. Un énfasis en la exportación de esos productos provocó incrementos en la producción. Con las mejoras en el transporte, los países comenzaron a competir en la venta de los mismos productos, por lo que más bienes y una competencia creciente hundieron los precios. Este ciclo perpetuó la pobreza.

Ante la imposibilidad de atraer la inversión y de pagar las importaciones, numerosas naciones deudoras apelaron al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional en las décadas de 1980 y 1990 para ampliar los plazos de amortización de los créditos y solicitar otros nuevos. Como contrapartida, estos países debían presentar un plan de reforma que incluyera programas de privatización y una reducción de los gastos públicos. Estas medidas tendían a asegurar el pago de la deuda, pero fueron, a menudo, penosas.